No voy a traicionar mis orígenes
No Voy a traicionar mi infancia de niño pobre en Sabaneta. Inmediatamente después que enterramos a la abuela Rosa Inés, en enero de 1982, me fui para casa de Adán y allí, en la noche, junto a una lamparita que él tenía en su pequeño estudio, escribí un poema dedicado a ella. Me salió de un tirón. Fue una especie de juramento ante Rosa Inés, una memoria que es para mí sagrada: Quizás algún día, mi vieja querida, dirija mis pasos hacia tu recinto. Con los brazos en alto y con alborozo coloque en tu tumba una gran corona de verdes laureles. Sería mi victoria, sería tu victoria, y la de tu pueblo y la de tu historia. Y entonces, por la Madre Vieja volverán las aguas del río Boconó, como en otros tiempos tus campos regó, y por sus riberas se oirá el canto alegre de tu cristofué y el suave trinar de tus azulejos y la clara risa de tu loro viejo. Y entonces, en tu casa vieja tus blancas palomas el vuelo alzarán. Y bajo el matapalo ladrará Guardián, y crecerá el almendro junto al naranjal. Y también el ciruelo junto al topochal y los mandarinos junto a tu piñal y enrojecerá el semeruco junto a tu rosal y crecerá la paja bajo tu maizal Y entonces, la sonrisa alegre de tu rostro ausente, llenará de luces este llano caliente y un gran cabalgar saldrá de repente. Y vendrán los federales con Zamora al frente, y el catire Páez con sus mil valientes, las guerrillas de Maisanta con toda su gente. O quizá nunca, mi vieja, llegue tanta dicha por este lugar. Y entonces, solamente entonces, al fin de mi vida, yo vendría a buscarte, Mamá Rosa mía, llegaría a la tumba y la regaría con sudor y sangre, y hallaría consuelo en tu amor de madre y te contaría de mis desengaños entre los mortales Entonces, abrirías tus brazos y me abrazarías cual tiempo de infante y me arrullarías con tu tierno canto y me llevarías por otros lugares a lanzar un grito que nunca se apague.
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